jueves, 9 de octubre de 2014

jueves, 28 de junio de 2012



Salgo de trabajar y llamo el ascensor. Cuando llega está casi lleno. Me meto en el hueco que queda mientras soy recibido por miradas glaciales. Una mujer se atreve a decir lo que los demás piensan.
—Por dios, pero si solo es un piso...
Por unos momentos pienso en explicarle lo que es una condromalacia rotuliana.
Pero no lo hago.
Le miro y sonrío. Ella me devuelve la mirada, sus ojos relampagean.
Continúo sonriendo cuando la puerta del ascensor se abre y salgo. Sigo caminando, tratando de no cojear.


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domingo, 15 de mayo de 2011

El incendio y el gorrión

Un día de verano, seco y caluroso, el gorrión estaba volando sobre su bosque. De repente vio un fuego que comenzaba a lo lejos. Raudo y veloz, fue a un lago cercano, cogió una gotita de agua con su pico y fue volando hacia allá.

De camino se encontró con muchos animales que huían en dirección contraria. La mayoría le ignoraban, pero otros le decían que se diera la vuelta, y aun había los que le increpaban por su necedad.

Casi llegando al incendio se encontró a su amigo el estornino, que cuando le vio le cogíó por los hombros.

—Amigo gorrión, no vas a conseguir nada con tan poca agua, ¿qué crees que estás haciendo?

El gorrión le miró seriamente.

—Mi parte.


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jueves, 16 de diciembre de 2010

La tortuga y la paloma

Un día la paloma decidió ir a visitar a su amiga la tortuga, a la que hacía mucho que no veía. Fue volando al parque donde vivía y se puso a buscarla. Tuvo que buscarla durante un buen rato, y cuando la encontró estaba metida dentro de su caparazón.
—Hola amiga tortuga —dijo la paloma— ¿qué haces ahí dentro?
—Me escondo de mis enemigos —respondió la tortuga con voz temblorosa.
—¿Qué enemigos? —le preguntó sorprendida la paloma, ya que le sonaba extraño que su amiga pudiera tener alguno.
—No los he visto nunca, amiga paloma; en cuanto oigo algún ruido me escondo en mi caparazón. Gracias a eso me he salvado ya muchas veces.
La paloma permaneció un rato pensativa.
—Tengo una idea —le dijo—. Puedo llevarte conmigo. Volaremos sobre el parque y podrás ver a tus enemigos.
La tortuga empezó a sacar su cabeza muy lentamente.
—Sí, quizá sea una buena idea...
—Pero —continuó la paloma— tu caparazón pesa demasiado. Para poder llevarte tendrás que dejarlo aquí.
La cabeza de la tortuga se paró a mitad de camino. Sus ojos empezaron a mirar a un lado y al otro.
—¿Dejar aquí mi caparazón? —respondió precipitadamente—, ¿y si me caigo lejos de él mientras me llevas?
—Tranguila amiga tortuga, te prometo que no te dejaré caer.
La tortuga dudaba. No conseguía vencer el miedo, pero sabía que no tendría muchas oportunidades como aquella.
—No te preocupes —añadió la paloma para tranquilizarla— yo te protegeré.
Eso acabó de convencer a la tortuga. Lentamente y temblando un poco salió de su caparazón. La paloma la agarró con sus patas y salieron volando. La tortuga escudriñó todos los rincones del parque, pero no consiguió ver nada.
Al cabo de unos minutos, la paloma preguntó.
—¿Ves a tus enemigos ahí abajo, amiga?
—Desde aquí solo veo mi caparazón en el suelo —dijo la tortuga.
—Exacto —respondió la paloma.


miércoles, 13 de octubre de 2010

Estrellas en el cielo

No se cuanto tiempo pasé andando en la oscuridad, con los ojos tapados y empujado por aquellos dos hombres, hasta que finalmente oí un crujido y un chirrido —el solido de una puerta vieja de madera al abrirse—; al parecer habíamos llegado a nuestro destino. Me arrojaron dentro, me dieron unas cuantas vueltas sobre mí mismo sin ninguna consideración y me quitaron las vendas de mis ojos. Mientras me incorporaba oí como cerraban de nuevo la puerta tras de mí.

Todavía un poco mareado y confuso, traté de mantenerme en pie, mirando a mi alrededor. Intenté fijarme en los detalles, en parte porque intuí que quizá los necesitaría, y en parte porque hacerlo me ayudaba a recuperar la compostura.

Era una especie de habitación, de poco más de tres metros de lado. Las paredes, de madera vieja y carcomida, se elevaban algo más, quizá unos cuatro o cinco metros. No tenía techo, y tampoco suelo en realidad, sino una arena fina bien aplanada, en la que mis pies dejaban ligeras huellas con cada uno de mis pasos nerviosos. Sobre ella, y apoyado contra la pared de enfrente, se encontraba sentado un hombre con las piernas cruzadas, con una pequeña hoguera delante, que iluminaba el cuarto y alejaba el frío de la noche. Vestía una especie de túnica gris, estropeada pero limpia. La luz del fuego jugaba en su rostro, lo que me impedía ver sus facciones con claridad, pero parecía mayor, en la línea que separa la madurez de la vejez. Aunque claro, yo entonces apenas tenía quince años, y cualquier adulto me parecía que rayaba la vejez en aquella época.

—Así que quieres aprender magia —habló, casi sorprendiéndome al hacerlo, de lo concentrado que estaba en la observación. Su voz era cascada, pero a la vez grave y poderosa. Me recordó al ruido que hace un árbol al caer cuando lo talas. Yo apenas pude balbucear y asentir con la cabeza en respuesta.

Me miró con desaprobación y permaneció un rato más en silencio. No sabía si estaba estudiándome o simplemente mirándome para hacerme sentir incómodo. Si era lo segundo desde luego lo consiguió.

—Hace mucho que no tomo aprendices. La magia es algo poderoso, no es un juguete. Y en manos de un necio puede ser más peligrosa que una tea en manos de un niño —calló, y siguió observándome de nuevo.

—Yo... yo no soy un necio... señor —acerté a decir.

—¿Ah sí? Bien, comprobémoslo... —sonrió, pero no de forma amable, sino sardónica—. ¿Tengo entendido que eres hijo de un cazador, no es así?

—Sí señor —respondí.

—Bien... en ese caso, debería ser facil para ti decirme dónde se encuentra el norte.

Supongo que no pude evitar sonreír. Por supuesto que podía decirle dónde estaba el norte, ¿pensaba que tan solo por haberme desorientado con los ojos vendados no iba a poder hacerlo? Tan solo tenía que levantar la vista y...

La sonrisa se borró de mi cara tan rápido como había aparecido. Lo que había en el cielo no eran mis estrellas. Sentí encogerse mi corazón, e incluso me asusté de no encontrar la luna, hasta que recordé que aquella era una noche de luna nueva. ¿Qué magia habría usado?,  ¿había cambiado el cielo o estábamos en un lugar muy lejano de mi tierra? No importaba; conseguí serenarme, y me di cuenta de que tendría que buscar otro camino. Quizá hubiera musgo entre las tablas de la pared o en el suelo en las esquinas. Miré a mi alrededor, pero no hubo suerte, el lugar estaba mucho más limpio de lo que podía parecer a simple vista. Traté de recordar los trucos que me había enseñado mi padre, pero ninguno de ellos funcionaba entre cuatro paredes.

Al cabo de un rato, tuve que darme por vencido —No lo se —admití, con la cabeza gacha.

El silencio flotó un rato más en la habitación. Parecía como si estuviese regocijándose con mi fracaso. De repente, golpeó con fuerza la pared. Con más fuerza de la que parecía tener en un principio, debo admitir. El golpe retumbó y las paredes crujieron. Levanté la cabeza, y no pude evitar emitir una exclamación de sorpresa. Un montón de insectos luminosos volaban entre nosotros.

Luciérnagas.

Miré inmediatamente de nuevo hacia arriba. A través de una especie de red de pescador pude verlas, blancas y brillantes, las estrellas, indicando con claridad y precisión el norte. Cómo había sido tan estúpido.

El viejo gruñó —Evidentemente, has fallado la prueba. Pero he de decir que tienes instinto. Pocos tratan de buscar otro medio cuando las estrellas le fallan, y pocos se dan cuenta tan rápido de por qué han fallado. —Vi que extendía una mano con azúcar, y unas cuantas luciérnagas se posaban en ella. Suspiró—. Está bien, ¿qué has aprendido?

El corazón se me encogió de nuevo, ¿estaba dándome otra oportunidad o solo estaba burlándose de mí? Traté de pensar en algo que sonase a mago, o a sabio...

—¿Las luciérnagas son estrellas que se apartan a manotazos? —dije sin mucha convicción.

Su cara se ensombreció de nuevo —Muy bien... ¡si quisieras ser un poeta! —gritó—. Última oportunidad, y déjate de sofismas.

No entendí esa última palabra, aunque supuse que sería un sinónimo de estupideces. Me quedé en blanco. No encontraba nada inteligente que decir, y notaba cómo él se estaba empezando a impacientar.

Todavía no se si estuve a punto de rendirme, o si de hecho me rendí y solo lo dije por decir algo. El caso es que lo único que pude decir fue lo que sentía, en lenguaje llano y simple.

—Me he dejado engañar por las apariencias. Supongo que sí soy un necio —. Y me preparé para que me echara de allí.

Pero su cara se suavizó ligeramente, ¿y quizá sus ojos se habían iluminado por un momento? —Te voy a corregir —me dijo—. Has sido un necio. Has aprendido y has dejado de serlo, al menos un poquito.

Y si antes mi corazón se había encogido por dos veces, ahora lo sentí ensancharse —¿Eso significa...?

Asintió con la cabeza —Sí, te enseñaré. Pero antes de enseñarte magia tienes que aprender muchas otras cosas. Entonces, quizá estés preparado.

Y así fue como empezó todo.


jueves, 9 de septiembre de 2010

My Day

Last night the voices and the noises started again. So high, so loud, so creepy, that I couldn't sleep at all. At dawn, with the very first sun rays on the horizon, I knew what I had to do. I needed to stop the voices. I needed to kill him.

I was up so early that everyone in the house was still asleep, and the streets were completely silent. I got dressed and went to the kitchen. A bit of milk and a bunch of Cheerios, the best breakfast for a teen. Just after preparing it, I stopped a moment, staring at it. I realized I was not hungry. Not hungry at all. In fact, I was a bit nauseated. So I just left it on the table. Fuck you milk, fuck you Cheerios. This was gonna be my day, and I didn't need you.

I knew where my parents hid money in the main room, so I took it and went out. I started walking to our neighborhood local gun store. What I needed was there.

*

It looked impressive. It was full of more kinds of firearms than I could have ever imagined, and most of them were at hand. Except for the owner, I was alone there. Although I was a bit nervous with him looking at me carefully all the time, it was better this way. For sure, he wouldn't let me go with a gun if anyone else was looking.

He was a big, fat guy, with a goatee and dressed in a old-fashioned rocker style, as if he were one of those Hell Angels you could see in a movie. It was said in the school that he was an illegal supplier for some gangs... and I was risking everything on it.

I chose a typical one —a Colt .38 revolver— and headed to the cash register. My own heartbeats were pounding into my head, as if my brain were beating my skull from inside, trying to run away from my body.

"Hey kiddo, do you know you have to be 21 to buy these things?"

My left eye was itching, but I resisted the urge to scratch it. I was trying by all means not to look worried or nervous.

"C'mon pal, it's a gift, for my father. We have something very special to celebrate. You know... I was told you were a reliable guy... that you could help me" I said while taking out all the money from my pockets. More than a thousand dollars, enough to buy half a dozen of those guns. I could see him licking his lips. And now he wasn't staring at me anymore, but at the money.

And that was your chance, God. If you really wanted to stop me, if I was really doing wrong, that one was really your chance.

But it worked. He sighed, and he rolled his eyes. But it worked. He took the money and gave me the gun. And some ammunition, of course.

While I was returning home, I started to feel guilty... in a few days, maybe even in a few hours, he would be hit by the aftermath for turning a blind eye. But it didn't last long. After all, he was selling freaking illegal guns! He was going to get what he deserved. So fuck you, gun seller. And fuck you God, too. Neither of you did anything to stop me. Neither of you tried to stop anything, or to solve anything. As always. As everyone. And now I had no option, but to make this very one my day.

*

I took the elevator. While I was going up, I opened the ammo box and loaded the gun... or at least I tried to. As soon as I opened it, the box slipped out of my hands a bit, and I dropped half of the bullets on the floor. I looked at my hand. It was shaking. My whole body was shaking. I gritted my teeth and felt a tear falling from my eye. All of a sudden, I couldn't bear it. I collapsed.

I don't know how much time I was in that position, sitting on the lift floor, with my head on my knees and hugging my own legs - maybe two minutes, maybe twenty. Luckily, no one needed the elevator.

"Come on Billy. Come on, you stupid little kid. You just cannot stay here, trying not to cry. If you don't do anything, the voices will start tonight again. If you do nothing, the noises will rise again tonight, louder and louder. Tonight and any other night... Now, you are the only one who can stop the voices. You are the only one who can stop the noises. There are people who need you. You are some people's only hope. If you don't, who will..." I kept saying these words until I found a reserve of strength to help me to stand up.

I went in the flat. It was hot there. I saw my breakfast in the kitchen, still waiting for me. A fly was hovering over it. I didn't want to halt a minute, didn't want to stop to think. So I rushed into my room. There, I made sure that the gun was fully charged, and unlocked the safety. I was ready.

I opened the door of the room he was sleeping in. I could smell a mix of alcohol and sweat, and some other things I didn't want to smell.

"Good morning, Daddy" I said while turning on the lights. I didn't want to... but I had to see him, I couldn't afford to miss the shot. He just grunted and looked at me with blurry eyes. I wondered if he even recognized me. I aimed at him and unlocked.

"Good night, Daddy" I tried to sound cool... like Wolverine in an X-Men movie. But I think my voice was trembling a bit and I couldn't help but let out a sob.

"Bang" I said. That was the very last word he heard in his fucking life. I pulled the trigger.

"Bang" said the gun, in its own louder and assertive way.

***

When the police burst in, they found him sitting, with the gun still in his lap, under a door frame.

His little sister's door frame.

"Now the nightmare has ended. Now we can sleep again" were his only words.